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Pasajes Bíblicos
Tras la escena de Jesús con los apóstoles, se introduce la escena de Jesús con la gente: la vida está hecha de encuentros. El Señor se pone delante de nosotros como un pastor. Aquí, un joven, en una misión salesiana. Esta oveja ha encontrado a uno que no la desprecia. Una invitación: estar con Jesús, para aprender de él cómo es el corazón de Dios, su compasión. Hermosa esta palabra, como un milagro, como hilo conductor. Aquello que ofrece a la gente, en primer lugar, la compasión. Su mirada va a captar el cansancio, las pérdidas, la fatiga de los suyos (el rebaño, parte inferior del icono). Su vida entregada para el bien del rebaño, sus palabras pronunciadas para acompañar. Para él, lo primero de todo es la persona, la salud profunda del corazón. La primera cosa que los discípulos aprenden de Jesús es la de conmoverse simplemente, divinamente. ¡Un sentimiento divino y tan salesiano! La conmoción es la respuesta justa, no pasa nunca, como las cuatro estaciones (cuatro árboles, detrás del joven). Vivamos la vida y la cultura de los jóvenes para no privarles de nuestra compasión.
Jesús atraviesa la tierra de los samaritanos, forastero en medio de gente de otra tradición y religión. En este andar libre, hace que nazca la sed y él mismo ofrece el cántaro de agua. Jesús alcanza la sed profunda de aquella mujer ofreciendo un “más” de belleza, de bondad, de vida, de primavera: «Te daré un agua que es fuente que brota». En realidad, Dios es Fuente inagotable de la vida fresca desde el inicio de los tiempos, desde que fueron creadas las especies terrestres (ciervo), el mar (peces) y el aire (pájaro). Jesús regala a la samaritana la ocasión de encontrarse en su fuente y de convertirse, ella misma, en fuente. Una imagen bellísima. La mujer de Samaría de ojos claros, felices, serenos y llenos de bondad. No calmará su sed bebiendo hasta saciarse, sino calmando la sed de otros; se iluminará alumbrando a otros, recibirá alegría dando alegría. Ser fuente, bellísimo proyecto de vida para cada evangelizador: hacer brotar y difundir esperanza, acogida, amor.
Jesús se une, en el camino, a los dos desconsolados discípulos de Emaús. Reconoce a sus hijos en cada ángulo del mundo. Los acompaña, “camina junto a ellos”... El Señor nos acompaña en nuestra actividad cotidiana de caminantes. Y cambia el corazón, los ojos y el camino de cada uno. En el fondo, como Don Bosco: ¡cuántos gozaron de la riqueza de un encuentro capaz de alterar la vida! El Señor nos pide a nosotros, educadores salesianos, el coraje de ponernos en camino, hacernos compañeros de viaje, no solo del viaje exterior (sentados en el camino), sino también del viaje interior (escucha). Cada presencia salesiana se cruza con el viaje de los jóvenes del mundo, sueña hacer de la casa salesiana una familia para ellos. Por esto, se necesita una Comunidad Educativo-Pastoral que llame a cada uno por su nombre, que se mida por la calidad de las relaciones humanas que instaura.
“Yo os he elegido”. Y esta llamada es, precisamente, lo que garantiza nuestra eficacia apostólica, la fecundidad de nuestro servicio. Somos campesinos pacientes y confiados, pero debemos examinar dónde y cómo damos fruto. Dios se preocupa, como nadie, de este campo sembrado, de este pequeño huerto que son nuestras obras: trabaja, poda, cada día sentimos sus manos sobre nosotros. La mirada se concentra en la fecundidad; no dar vida es morir. El árbol de nuestras obras apostólicas se renueva, multiplica la vida. La semilla va donde sopla el viento, lejos del clamor y del ruido, se planta en los surcos de la historia y de los pueblos. Nuevas presencias educativas y pastorales nacen porque la misión salesiana contiene muchas más energías de cuanto no aparece, mucha más luz y gérmenes divinos. Todo un volcán de vida: la yema cambia en flor, la flor en fruto, el fruto en semilla.
Jesús rezó por sus discípulos y por todos los que creerían en él, en todo tiempo y en todo lugar (cielo estrellado). Rezó entonces también por las personas de nuestra época, también por nuestros jóvenes. Gente cansada en el desierto, que ha caminado bajo el sol, sin orientación, con la cara quemada por la fatiga, el dolor, el cansancio... Gente que lo busca, porque desea escucharlo. Jóvenes que buscan el descanso verdadero, que tienen necesidad de palabras de salvación, palabras eternas, palabras que permanecen... caminan hacia el Señor (el cáliz, entre la tierra y el cielo). Las manos de Dios se estiran para reunir y acariciar a los hijos dispersos. Nos corresponde a nosotros mantener la esperanza, haciendo de manera que puedan experimentar la acción providente de Dios. Él es una brisa de comunión que nos empuja los unos hacia los otros.
Ninguna palabra como el término “vida” consigue, en las diversas lenguas, resumir de manera significativa las máximas aspiraciones del ser humano. «Vida» indica el conjunto de bienes deseados y, al mismo tiempo, lo que los hace posibles, accesibles, perdurables. ¿La historia de los jóvenes no está, quizás, marcada por la búsqueda de algo o alguien que pueda asegurarles la vida? Pero, ¿qué vida? La vida “en abundancia” de Dios, que sobrepasa todas las aspiraciones que pueden nacer en el corazón humano, como la puesta de sol ilumina los campos. La vida es un lugar entre las manos de Dios, como los pájaros que tienen el nido entre las ramas floridas del árbol. La vida nueva se irradia en cada ámbito de la experiencia humana de los jóvenes: en la familia, en la escuela, en el trabajo, en las actividades de cada día y en el tiempo libre. La vida comienza a florecer aquí y ahora. Signo de su presencia y de su crecimiento es la caridad pastoral. Un gran número de educadores salesianos, en el día a día, se dan con generosidad, con creatividad y con competencia a favor de la vida de las nuevas generaciones.
Cristo se ha puesto nuestras ropas: el dolor y la alegría de ser hombre, el hambre, la sed, el cansancio, las esperanzas y las desilusiones, todas nuestras angustias hasta la muerte. Y nos ha dado sus “vestidos”, el regalo de un nuevo ser: “Revestir el hombre nuevo, creado a imagen de Dios”. Antes de ser una decisión, la realización del hombre nuevo es obra de Dios. Pero se precisa un empeño, un proyecto para la transmisión de una fe viva. El Proyecto Educativo-Pastoral es solo un instrumento pastoral y responde a dos grandes objetivos (humanizar y educar a los jóvenes en la fe), mediante las cuatro dimensiones que integran y enriquecen toda persona, que la hacen renacer desde dentro, como los pétalos de la corola forman una única flor. Cada joven (de toda edad y condición) tiene dentro de sí un tesoro de luz, un sol interior, que es nuestra imagen y semejanza con Dios. La Pastoral Juvenil Salesiana no es otra cosa que alegría (¡qué hermosa es la sonrisa de los jóvenes!) de liberar toda la luz del Resucitado.
“Como el que sirve”. Servir: verbo dulce y comprometedor al mismo tiempo. En estos versículos encontramos la imagen auténtica, real y concreta de la animación y la coordinación de la acción pastoral. La corresponsabilidad da forma concreta a la comunión, supone entrenar el discernimiento espiritual, la escucha mutua, el compartir, el testimonio recíproco, hasta que madure, según la responsabilidad de cada uno, una propuesta coordinada y orgánica. La acción educativo-pastoral no está hecha de intervenciones inconexas, sino que todo entra en un plan compartido, en opciones y recorridos formativos adecuados. La Pastoral Juvenil Salesiana pone en marcha todas las energías, acompaña con sus dinamismos las modalidades de animación.